Vistas de página en total

miércoles, 11 de febrero de 2009

VOLVER



Dejé el horizonte infinito, para encerrarme tras los barrotes verdes, no de cárcel sino de cuna, lecho que abriga y protege. Donde las sonrisas huelen a manzana y el sol espía tras las nubes lleno de envidia.
Dejé unos dientes de leche y un lugar donde la luna manda, para tirar los dados en busca de un siete y regalar mis arrugas a mi sangre.
Dejé la fuente de la sabiduría que se esconde en los terrones del café, para ofrecer mis manos al día a día y mis aprendizajes al mejor postor.
Dejé a la soledad encerrada entre cuatro paredes, para dividirme por dos y multiplicarme por cuatro, para cuidar y ser cuidado.
Dejé la juventud al legado de las nuevas mentes, para sentarme a ver como el agua se convierte en vida, mientras mi cerebro repasa las lecciones.
Dejé de ser yo, para ser yo mismo, y llevar mi ego a los corazones, que laten igual aquí que allá, pero que no pueden detener la marcha atrás de mi latido.