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jueves, 21 de enero de 2010

LA TRISTEZA DE LA NOCHE


Mi historia es tan antigua como el principio de los días, tan antigua como el mar y la tierra y tan antigua como el hombre. Mi relato trata sobre Noche y como llegó a convertirse en ese momento al que muchos tememos por su misterio disfrazado de oscuridad. Noche se preparaba para hacer su debut el primer día de la creación, todo para ella era emoción y nerviosismo. Lo que ella no esperaba es que ese día iba a marcar el resto de su vida, porque cuando salió a escena se encontró con alguien que la deslumbró. Él se alejaba a medida que ella tomaba su posición, su belleza y esplendor dejó totalmente anonadada a Noche que no comprendía quién podía ser aquel personaje misterioso. Cada amanecer y cada atardecer lo volvía a ver, pero él siempre se iba cuando ella aparecía.

Un atardecer mientras Noche contemplaba como un hombre cogía una manzana que una hermosa mujer le ofrecía, alguien le susurró:

-¿Cómo te llamas?- preguntó aquel personaje misterioso que no dejaba dormir a Noche- tenían razón quienes creen que esta forma de ligar es la más antigua que existe.

-Noche- le contestó, poniéndose colorada. Esta es la razón de que el amanecer y el atardecer tengan ese tono anaranjado que es el que se pone en el rostro de ambos cada vez que se ven. -¿Y, tú?- inquirió ella tímidamente.

- Yo me llamo Día, encantado de conocerte. Lo siento pero me tengo que ir.

Noche se quedó allí atontada, por fin había conocido aquel personaje que le quitaba el sueño, pero había sido tan corto. A partir de aquel momento Noche y Día charlaban cada amanecer y cada atardecer bajo un resplandor rojo que era provocado por las mejillas de la Noche. Pero el destino hizo que esos instantes fueran muy cortos y la mayor parte del tiempo Noche y Día tenían que estar separados.

- ¿Por qué no podemos estar siempre juntos?- preguntó tristemente Noche.

- Nuestro Dios lo ha querido así mi amor, yo también quiero estar contigo pero no puede ser- respondió Día enternecido por el dolor de su amada.

- Pues desobedezcamos, no te vayas por favor, quédate conmigo- suplicóNoche.

- Lo siento de veras pero no podemos estar siempre juntos, allí abajo necesitan que la cosa sea así- dijo Día mientras se alejaba.

En ese momento los ojos de Noche comenzaron a nublarse y estalló en lágrimas de profunda tristeza, así fue como por primera vez la tierra vio llover, y desde ese día cuando la Noche y el Día cuando no pueden contener su dolor por tener que estar siempre separados nos bañan con sus lágrimas. Incluso los días en los que su pena es tan grande y no pueden entender porque su Dios los tiene separados estallan con tremenda rabia mientras sobre nuestra tierra cae una gran tormenta.

Aún así, Día es más fuerte y la mayor parte del tiempo acepta su destino y su corazón resplandece dándonos su calor y llenando de vida la fértil tierra de nuestro planeta. Pero Noche se convirtió en un ser inestable, algunos días en los que al tropezarse con Día y su belleza su corazón se llena y la alegría de haberle visto consigue dar un poco de claridad, pero poco a poco y con el paso de los días su fuerza se va apagando hasta desaparecer en la más oscura de las noches.

El paso de los siglos hicieron que Noche se volviera cada vez más sombría y solitaria, dando cobijo a aquellas personas que como ella querían esconder su dolor entre las sombras, incluso algunos aprovecharon la rabia de Noche que cada vez se oscurecía más para cometer los peores actos que albergan los corazones de los seres humanos.

Mientras Día se evadía y olvidaba metido en su trabajo, consciente de que tenía que mantener el corazón sano para que aquellos seres diminutos a los que miraba con envidia, por considerarlos los protegidos de su Dios, pudieran seguir con sus vidas que tan poco apreciaban, que vivían como si nunca fueran a terminarse, sin darle importancia. Él envidiaba la fugacidad de su tiempo, él que estaba condenado a vivir por los siglos fingiendo no sentir nada por el amor de su vida, al que nunca podría tener. Él que apenas tenía un par de momentos para ver a su amada, no podía comprender como aquellos seres al que él les daba todo, podían alejarse de sus seres más queridos por las más absurdas de las razones. Aquellos seres orgullosos, egoístas, que creían que eran tan importantes y cuya fugacidad e insignificancia eran sus únicas realidades.

Así, que a partir de ahora, cuando critiquéis la tranquilidad del día o lo perturbable de la noche, no dejéis de pensar la fortaleza de esos dos corazones que sacrificaron sus vidas para que nosotros, seres mimados de la creación sigamos actuando como si este planeta nos perteneciera. No olvidéis que quizás algún día se cansen de nuestra codicia y decidan que vivamos condenados como ellos.

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